miércoles, 11 de agosto de 2010

Despertar... El día después

A la par de las nubes, contemplaba el misterio del cosmos, infinito parque negro, de trastos y letras, unos variopintos y otras desordenadas, daban en fin la configuración exacta de mi procedencia y también como si no, de mi eterno atardecer.




Acostumbróseme la vista a horadar allende el infinito, sobrevolando paraísos, horizontes y mesetas terrestres. Dibujóse en mi alma la canción del siétamo y la estepa, árido y espesa en espinas y dolores.



Descompasada vino la noche ciega y en el olvido de los rencores quedéme quieta. La soledad ermitaña, cubría con el halo de su pureza, mi harapienta salladura.



La noche, quién si no, dueña de toda sabiduría, correspondióme con su triste jaculatoria, con su dama oscura, con un jaque mate fulminante, principio de un nuevo día.



El día llegóse hambriento y perezoso, humeante y denso, gris y tedioso. Cuan prefería la larga noche al despertar del alba... Alborada maligna de entrañas fúnebres y palabras muertas, sentimientos desarraigados y locura por toda verdad.



Rompía un sol herido, tocado, casi hundido, cual olas de fuerte marejada, destrozando la mirada, dejando ver aquello que la calma esconde, revolviendo cimientos, dolor, llanto, persecución y al fin: la nada.



Curioso asomar a la vida, el día después...

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