miércoles, 11 de agosto de 2010

Por Haití, desde Haití

Soy una niña pobre, bueno antes también era pobre, pero ahora soy lo que mi madre decía miserablemente pobre. Antes tenía una casita muy humilde en Puerto Príncipe, una enorme ciudad de mi país: Haití.


Ahora ya no tengo casita, ni mamá, ni hermanos. Mi mamá siempre me decía que éramos afortunados. Mi hermano había conseguido un puesto de trabajo en el centro, mis otros hermanos no trabajaban, mi papá tampoco trabajaba, nunca lo vi levantarse temprano para ir a ganar dinero. Él se pasaba los días limpiando su arma, la limpiaba con tal esmero que relucía, y la llamaba “el pan de sus hijos”.


Enfrente de nosotros estaba la casa de mi vecina, una señora muy amable que siempre me invitaba a merendar con su hija, ella sólo tenía 4 hijos, tres de ellos eran mayores y trabajaban fuera en el campo. Su hijita y yo éramos amigas. Ahora ya no me invita.


Su casa tembló menos que la mía, pero está rota también, la mía es una montaña de piedras, mis hermanos pequeños están aún allí, debajo, lo sé. A mi mamá la sacaron hace dos días, cubierta de polvo y olía muy mal.


Ella, mi vecina sabe que tengo hambre, tiene comida, y yo no. Sus hijos la traen de esos señores vestidos de verde tan altos y fuertes, pero a mí no me dan nada, no me ven, y cuando consigo algo me lo quitan los niños mayores. Mi amiga escucha desde su acera mis tripas rugir pero no me llama y si me acerco me tira piedras de las de su casa.


Me he quedado también sin amigos. Yo iba a un colegio, y el día que se quebró yo estaba enferma, allí dice la gente que están muchos de mis amigos del cole, que están jugando al escondite para que nadie los vea. Yo voy a veces y los llamo, pero no me responden, unos señores con perros me apartan a empujones, me dicen que ese no es un lugar para niños, y ... si la escuela ya no es un lugar para niños... ¿Cuál lo es?


En mi barrio había tiendas muy bonitas donde se vendían muchas chucherías y bollos, desde que la tierra se hundió ya nadie compra, todos entran corriendo y sacan a manos llenas sin dinero, yo no entro, me da miedo, ¿y si me pisan y me hacen daño, qué?. No , yo me quedo mirando desde lejos. Ahora la gente pega para comer, no espera, es mala. Antes muchos teníamos hambre y alguna vez, cuando teníamos algo de dinero comprábamos para todos, o si nos traían comida buena nos la comíamos en la calle entre todos, ahora si te acercas son capaces de asesinarte. Tienen miedo y rabia en sus ojos, no son más pobres pero sí peores.


Mi papá siempre decía que nuestro pueblo estaba condenado a vivir de los turistas, y ahora lo entiendo, los turistas, esas personas de piel clara, y ropas buenas, nos traen alimentos para cocinar, nos traen agua, medicinas, nos curan por la calle, corren por nosotros, y alguna vez si me acerco lo suficiente me dan de comer.


En la ciudad había muchas luces y ruido, ahora también las hay muy ruidosas, por todas partes, te persiguen día y noche, como las de los coches de policía que venían a buscar a mi papá y a sus amigos. Mamá decía que la policía siempre estaba en contra de los más desfavorecidos, pero no es verdad, ellos me ayudan, un día de estos van a venir a buscarme para llevarme a un sitio donde viven muchos niños como yo pobres y sin familia, me lo han dicho y yo les creo.


Me hablan en muchos idiomas, yo sólo entiendo tan apenas el francés, me han dicho que me van a llevar a una casa muy bonita, pero que está muy lejos y que para llegar hay que ir en avión muchas horas, tantas como horas tiene una noche.


Yo ya no duermo, por que tengo miedo, la gente me vigila, creo que quieren hacerme daño, voy a la cama de mi mamá, para que nadie me encuentre. Su cama está debajo de las piedras, y se entra por un agujero muy pequeño, allí hay mucho polvo, pero se está bien, a veces las piedras grandes hacen ruido y parece que se vayan a mover, pero nunca pasa nada y es mejor que estar en la calle.


No me han engañado, los oigo entrar, me están llamando... Salgo del agujero. Tengo miedo, me tiemblan las piernas, el corazón lo tengo acelerado, parece que quiere saltarse por la camiseta, por cualquiera de los agujeros que tiene a la altura del pecho.


La verdad es que no quiero irme de mi casa, de mi ciudad, ¿y si mis hermanos o mis amigos del colegio salen de las piedras y no me ven o se enteran de que los he dejado abandonados? No debo irme, yo quiero que sepan que estuve allí esperándolos, y quiero verlos y abrazarlos y regañarlos, sobre todo regañarlos por haber tardado tanto en salir.


Pero..., me voy con ellos. Me han prometido que volveré, me han regalado un vestido y unos zapatos nuevos. He comido, creo que nunca comí así, estoy contenta, pero...¡tan triste! Me voy, sí, aunque sé que esta vez son los turistas los que me están engañando.

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