miércoles, 11 de agosto de 2010

Texto presentado al concurso: "La mueca del Pícaro"

¿Qué pasaría si...?

Yo no puedo decir qué pasaría si..., ¡no! Yo puedo decir lo que pasó en realidad.

(Una mujer aparece de la nada y pregunta a un público inexistente: ¿qué pasaría si a tu mujer le privan del chocolate?)

-¡Ahí está! ¡Muy bien! Esa es la pregunta clave. Muchas gracias señorita.

(La mujer desaparece tal cual apareció)

-¡Qué buena es la tía! Ni un asomo de ironía en su rictus. Me ha dejado maravillado señores. Pero..., empecemos por el principio. ¡Ya!.. ¡El principio!... Como si fuese tan fácil...



Todo empezó con aquel concurso de televisión, bueno no, ese no fue el principio...¡Claro que no!.

El principio de todo es una mujer, siempre es una mujer,..., en este caso la mía, adicta al chocolate como ninguna.

Desesperado por su actitud accedí a que concursase . Mi error, sin embargo no fue ese, no, mi error fue comunicar a bombo y platillo a toda la familia el feliz acontecimiento: -Leandra se ha apuntado a ¡Nada es Imposible! Va a dejar, por fin, su adicción al chocolate.

Y qué contento estaba yo, y ella también, aunque algo asustada.

La reacción de la familia fue la de que nadie daba crédito a mis palabras, ni a sus intenciones, es más, se echaron a reír.

-Nada es imposible, excepto que mi hermana deje el chocolate. Acéptalo cuñado, “my sister” es la excepción que cumple la regla.

Las risas se convirtieron en carcajadas así como los nervios de Leandra en lágrimas, lo cual me puso furioso.

-Vosotros reíros. Apuesto todo lo que tengo a que lo consigue.

Así fue como Leandra, yo y toda su familia entramos en el reality show de Canal 23.

La entrada fue conmovedora, mi esposa lloraba a moco tendido, pero en cuanto escuchó su nombre voló por aquella alfombra roja que la llevaría a la fama más arrolladora y aplastante jamás conocida, tanto es así que yo me quedé boquiabierto y con el pañuelo lleno de mocos en la mano, mientras ella se deshacía en besos y saludos a diestro y siniestro.

Durante toda una semana completa no se filtró ni una sola imagen del interior de la mansión, tal y como estaba indicado en el contrato que firmamos.

Al domingo siguiente, día de la gala inaugural en plató del programa, acudí acompañado de mis suegros. Estábamos expectantes por saber qué había ocurrido. Presentaron a todos los concursantes uno por uno, menos a Leandra. Ya andaba yo presto a protestar cuando la presentadora excusó la presencia de mi mujer debido a trastornos pasajeros provocados por la abstinencia al chocolate.

No obstante nos tranquilizaron con la promesa de que en el transcurso de la noche nos retransmitirían imágenes de Leandra y de su paso por la casa en esa semana. Pasadas las once y media de la noche dieron paso a las susodichas.

El lunes fue un día casi idílico, entre las presentaciones, acomodarse al lugar y los nervios de las cámaras no ocurrió nada digno de señalar, pero a partir de ese día...

La noche del martes, una voz sin duda malintencionada, mientras dormía plácidamente repetía la palabra chocolate; chocolate con churros, con galletas, palmeras de chocolate,..., chocolate y más chocolate de todos los tamaños, formas y sabores. Una auténtica pesadilla.

Nada más levantarse fue como una flecha a la nevera, no encontró lo que buscaba, registró uno por uno todos los cajones y armarios, las alacenas, los rincones, y nada, no había ni rastro de chocolate, ni siquiera de un sucedáneo. ¡Nada!

De repente se puso a hiperventilar, a patear muebles, a arrancarse el pelo a puñados gritando, llorando... Entonces la voz volvió al ataque.

Yo miraba de reojo a la presentadora, esa que tan bien lo ha hecho al principio de esta historia, la voz seguía nombrando chocolates sin parar. Tanto es así que parecía que yo mismo estuviese loco oyendo voces en mi cerebro. Intenté taparme los oídos, cubrir mi cabeza entre las rodillas, pero no dio resultado.

Mi mujer enloquecida salió al jardín. Agarró una mesa por las patas diciendo que era una vaca violeta de Milka, le exigía chocolate con leche, estiraba de sus patas, de los picos del mantel que colgaban de ella como si de sus ubres se trataran. Aquella vaca no daba nada. Se tumbó en el suelo agotada para poco después continuar con la misma canción, cada vez con más rabia, hasta que cayó desmayada.

No pude ver más. Oí que el público se desternillaba de la risa, incluso una mujer se orinó encima y fue captada en el momento por las cámaras. De Leandra ya no supe nada; mis suegros se abalanzaron contra mí, golpeándome e insultándome. Animados por el jolgorio hubo gente que se unió a la fiesta de porrazos.

Salí en ambulancia de los estudios de televisión, perdí la apuesta con mi cuñado, y gané una demanda de divorcio y una maleta con mis enseres personales en la habitación del hospital después de 15 días en la UCI.

Sus padres me han interpuesto una demanda judicial por conducirla de forma premeditada a la locura y por los agravios sobrevenidos del escarnio público sufrido por ella y por toda su familia.

A través de conocidos y amigos he podido averiguar que mi futura ex-mujer permanece ingresada en un psiquiátrico intentando ordeñar vacas lilas. También me dijeron que los de la tele explotaron al máximo la paranoia de Leandra pues en la misma gala se vio como le tiraron una boñiga de vaca en la cara y ella se relamía de gusto al comérsela diciéndole a la mesa: ¿Ves, a qué no era tan difícil? Natillas de chocolate..., mmmmmmm ¡Riquísimas!

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