miércoles, 11 de agosto de 2010

23 años después...

Me di la vuelta sin mirar y ahí... me lo tragué. No le vi la cara. La mía se estampó directamente contra su pecho. Era bastante alto. Mi nariz aplastada contra su esternón, los ojos literalmente pegados a su jersey de Lacoste, nunca me gustaron los lagartos verdes, y de esta forma aún menos, incrustado como estaba en mi ojo izquierdo.



Me cogió la cabeza como si de un melón se tratara, con seguridad entre las dos manos, estuve a punto de pensar ahora me dará toques en las mejillas para ver si estoy madura como una sandía o igual me la sopesa para ver si soy un buen melón.



Pero no, me giró la mandíbula hacia arriba suavemente obligándome así a ver su rostro.



-¡¡¡¿¿¿Tú???!!!



Nada más pude decir, me quedé sin palabras. A él le pasó lo mismo, pues no dijo ni esta boca es mía.



-Pero... ¿de dónde sales?



-Yo diría hola, tú no sé –me sonrió con franqueza. Muy a mi pesar él se repuso antes que yo del shokc (o como se escriba).



-¡Coño!- dije.



(Sí, ya sé que no es la mejor forma de saludar ni de empezar una conversación pero no me salía nada mejor... ni peor)



-Veo que no has cambiado nada –volvió a sonreír.



(Si hay algo que me saca de mis casillas es un tío con cara de bobalicón sonriéndome a la cara como si yo fuese gilipollas... Bueno, está bien he de reconocer que algo de idiota sí que tenía en esa situaciçon, pero... Es lo que hay)



-Bueno, tampoco te pases. He ganado unos kilitos y tengo unas cuantas arrugas más.



-Eso no es lo importante. No has cambiado de forma de ser. Eres igual que cuando tenías 18 años.



-Bueno, sí y no, sigo siendo igual de mula pero hay cosas que han cambiado mucho. Los años, ya sabes... No perdonan, ¡y los kilos tampoco!



Jaime soltó una risotada que se oyó a tres kilómetros a la redonda. Definitivamente algo me decía que era verdad, no había cambiado apenas nada. La gente se seguía riendo de mí tan felizmente y yo nunca entendía por qué.



-Cuéntame algo mujer. Llevo mas de 23 años sin verte.



-¿Cómo eres capaz de acordarte de la fecha?



-¿Acaso tú no?



-Bueno tú ya sabes que mi memoria es como la de los elefantes, nunca olvidan las cosas importantes.



-¿Te das cuenta?, sólo pasamos unas horas juntos y... No hemos sido capaces de olvidarnos.



Me tuve que morder la lengua por que me conocía lo suficiente como para saber que iba a soltar cualquier cosa impropia de la circunstancia en que me hallaba.



-Ahora que lo pienso, si que has cambiado, has sido capaz de retener un pensamiento absurdo, por imposible que me parezca.



-Oye tú, que unas horas conmigo no creo que den para conocerme tan bien. ¡Eh! Que...



Su mirada insistente y su carita de no haber roto un plato y esa sonrisa que me desarmó me volvieron a ganar la partida. ( Y yo que pensaba que era una chica dura)



-Vale, sí. Tienes razón.



Ahora su risa fue espontánea y me abrazó como un oso. (Joder ya no me acordaba de que un abrazo de él era como una manta de cama extragrande)



-Te voy a decir algo que igual no te gusta –se puso serio de repente-. Todas las noches durante todos estos años no he dejado de acordarme de ti. Ni una sola.



Enrojecí como un tomate expuesto al fuego de un soplete. Me puse las manos en la cara, no por vergüenza, más bien por que temía que saliese humo por ella. Me ardía.



-Es curioso, nunca te había visto enrojecer. ¿Debo pensar que he dado en el clavo? A ti te ha pasado lo mismo que a mí ¿verdad?



(Joder con el tío, no llevábamos ni cinco minutos juntos y ya me estaba poniendo contra la espada. ¡Cómo odio a los cabrones de pijos que van de sabelotodos, pero eso no es lo que más me jodía, no, lo que más me molestaba era tener que darle la razón, por que para colmo era verdad... yo tampoco había dejado de recordarlo)



-Hombre, no te voy a negar que alguna vez que otra si que me he acordado de ti –lo dije mirándolo a los ojos. Craso error. Volví a ver el mar en ellos, volvía a sentir que me arrastraban al abismo. Los cerré y me los tapé.



-¡Oh! Veo que no es el mejor momento para hablar de esto. Está bien. Ven, te invito a tomar una copa, y hablamos más tranquilamente.



-Pero...



-¿Te esperan? –me interrogó como con miedo.



-No, no. Tranquilo. Podemos ir.



Pasó su brazo derecho sobre mis hombros y me llevó. Yo me dejé llevar. En realidad no había nada que me apeteciese más que estar con él. Pero no se lo iba a poner tan fácil. Esta vez, no.



Un humeante café se metió dentro de mi nariz, dejando paso a la tranquilidad de su mirada.



-¿Qué has hecho todos estos años?



-Me casé.



-Lo sé. Me enteré al poco de volver de la mili. Un amigo... Javi, me lo dijo.



-¡Ah! –estaba a punto de sentirme culpable cuando recordé que nada se pudo hacer-. ¿Y tú que hiciste? –le pregunté por callar mis cosas. De momento prefería que fuese él el que llevase la conversación.



-Intenté buscarte, llamé a tu primo varias veces, pero me dijo que no sabía nada de ti.



-Es mentira. Bueno no sé si era mentira o no. Nos peleamos por asuntos de familia. Ya sabes... El trabajo. Sus padres, los míos... Cosas que pasan.



-Ya.



-¿Y después? –Sabía que me estaba metiendo en terreno peligroso, pero quería oírlo, aunque sólo fuese una vez. Aunque no lo volviese a ver nunca más o...



-¿Después?... –dudó-. Después me volví a enrolar en la Armada. Nada me retenía en tierra. El mar era mi vida, nuestra vida... ¿recuerdas?



Los ojos se me humedecieron de repente. No quería llorar, pero... (Cómo podría pensar que lo podía olvidar. Era imposible. Nos conocimos una tarde a orillas del mar y fue como una visión)



-Sí, sí que lo recuerdas. Siempre he tenido miedo de verte, conocerte y que tú no te acordaras de mí. Unas pocas horas y te convertiste en la única mujer de mi corazón. He tenido otras. He llegado a más que contigo, pero ninguna me llenó como tú.



-Es que yo soy especial –dije queriendo sacar hierro-. Para ser como yo hay que estar muy loca.



-Al final te casaste con tu novio de toda la vida,¿no?



(¡¡¡Dios!!!, y qué otra cosa podía hacer. Él desapareció, se iba a la mili en 15 días y a mi novio le faltaban 5 meses para acabar el servicio militar).



-Sí, no tuve ningún otro que perdiera la cabeza por mí – y me encogí de hombros a la vez que lo decía alzando mis cejas-. Si es que entre pobre, fea y con mal genio, ya me dirás, Y gracias.



-Eres incorregible. Sé de muchos que se hubiesen dejado cortar en pedacitos por ti. Uno lo tienes delante de ti ahora mismo.



-¡Ala!, Ya será menos.



-En serio. Te lo digo muy en serio. ¿Sigues casada?



-Sí, es una mala costumbre que tengo, cuando hago una cosa es hasta el final y ya sabes cuando te casas es hasta que la muerte te separe.



-Vaya, pues tendré que agenciarme algún matón para dejarte viuda.



-No estaría mal, pero no creo que te gustase tener que pagar mis deudas y criar a unos hijos que no son tuyos. No sé. ¡Eh! Que eso... lo que tú quieras- dije sonriéndole.



-No me importaría en absoluto, si con eso consigo vivir lo que me queda a tu lado.



-Sí, eso dices ahora, pero ten en cuenta que las cosas no son tan sencillas, y además yo no sé si a mí me apetecería vivir contigo o sola o yo que sé. Él es mi marido y a mi manera lo quiero. Respeta eso.



Jaime se quedó sin sonrisa, sus ojos se llenaron de olas embravecidas que por la fuerza en que llegaban al espigón se desbordaban cara abajo.



Yo me sentía mal, nunca lo había podido olvidar, nunca me permití dormirme sin un deseo de felicidad para él. Sus ojos me acompañaron en las noches negras de peleas matrimoniales, y su calma me acunaba para sosegarme y dormirme como una nana. Fueron escasas horas en las que empezamos sin darnos cuenta a cogernos de la mano y pasear por la orilla del mediterráneo, Fueron momentos inolvidables sentir su fuego golpeando su pecho, traspasarlo para instalarse en mi alma libre.



Un simple beso, sin más, provocó la mejor de las reacciones químicas del universo, la del deseo y el amor. Una noche de carnavales que coincidía en el mismo fin de semana con el 14 de febrero, como esta de 2010, y el destino volvió a unirnos en un paisaje de montaña siendo siervos el uno del otro irremediablemente para toda la vida. Pero como entonces otro hombre se interponía, el mismo.



Y la despedida se preveía tan angustiosa como la primera, donde nos buscamos insaciablemente y no pudimos encontrarnos.



Pido al cielo que el destino quiera unirnos dentro de otros 23 años y que por ser la tercera vez, nos deje vivir lo que nos quede juntos.





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