Se sentía sola, sentada en el sofá, frente a un televisor que emitía para una audiencia ausente.
Las cazuelas mientras tanto, en el fregadero esperaban pacientes cargadas con las sobras de la batalla diaria, encima de ellas los platos suplicando por unas manos bondadosas que los mondase sin ser estallados.
El polvo hacinado en el mueble del comedor se declaraba ciudadano de pleno derecho en aquella olvidada estancia.
Sin embargo ella ajena a todo seguía sentada, con su pelo enmarañado y la mirada perdida en un techo de un blanco viejo. Estudiaba sin mucho interés las grietas que iban dejando las viguetas del armazón al moverse con el paso del tiempo, eran como las arrugas de su cara, se decía a sí misma, que de pronto se hicieron visibles y palpables.
En su cabeza: una caos, en sus manos: los temblores, y en su pies... Sus pies hinchados, necesitados de unos buenos baños de agua fría, permanecían desparramados, apéndices en su tiempo útiles ahora inservibles por completo.
Fuera, en la calle, la lluvia golpeaba indolente, pero sin ganas, como obligada, todo aquello que se encontraba a su paso. Cuando el ángulo de su mirada incidió sobre los cristales, se anegó de lluvia que se deslizaba por un rostro ajado y gris, el suyo.
Comparábase con un mueble, sí, un mueble más que respiraba por la fuerza de la costumbre. Un mueble que ansiaba ser arrojado por una ventana y al impactar contra el suelo estallar en mil y una astilla. Se autocalificaba de enser desprovisto de voluntad, carcomido y desahuciado, que por el capricho de otro, un hacedor de la salud y controlador de la muerte, debía seguir aguantando una vela que carecía de llama, de luz y de mecha para reavivarlas.
Cada noche, cada mañana, todos los días, todas las horas, contaba los minutos de otras vidas atadas a la suya, perdidos durante 12 años.
12 INTERMINABLES AÑOS POSTRADA EN UNA SILLA DE RUEDAS.
Sentada, cansada de estar sentada, se le vino a la memoria Julio, de anchas y rizadas orejas negras, sus graciosos zapatitos blancos, el lunar de su mejilla y el hocico húmedo y blando. Ya no estaba allí con ella, su hija se lo llevó a la perrera municipal aduciendo que para qué lo quería si no podía hacerse cargo de él, ni sacarlo a pasear, que sólo sería un estorbo y ya bastante tenían encima.
Intentaba suponer que esas eran razones de peso, por lo echaba tanto de menos...
Al hilo de estos recuerdos, entre felices y amargos, se veía a ella, sola en la vida, a su única hija presa de su enfermedad y la muerte que no quería llegar. Se recordaba con nombre y apellidos: Elena Romero Casales; madre soltera, autónoma, luchando contra una sociedad que la rechazaba en esos años duros y pasados. Aparecía en su imaginación apretando los dientes, erguida, un poco echada hacia delante, presentando batalla a la vida, sabiéndose sin apoyos, escondiendo o desterrando sus miedos, dudas y debilidades, empujándola para poder hacerse un hueco.
No dejaba de ser irónico, ella antes empujaba a la vida y ahora a ella para moverla tenía que hacerlo a fuerza de empujones. Ir al aseo se había convertido en un suplicio mayúsculo para ambas, madre e hija, hasta que buscaron ayuda.
Después vinieron las sondas (a Dios gracias decía suspirando),peor llevaba lo de tener que usar pañales para evitar cagarse por todo. Pero lo verdaderamente insoportable era la cara de asco de Rosa, su asistenta personal, aunque ésta lo hacía con todo el amor del mundo, y muchísimo cuidado, no podía reprimir gestos de desagrado y pudor.
Cuando pensaba en Rosa se sentía culpable por esperar la muerte con tanto ahínco, pues gracias a su inoportuna desgracia ella podía mantener a su única hija y hacer frente a los pagos y gastos para poder vivir y salir adelante.
A veces sentía que Rosa era la esperanza, su esperanza. una mujer sola y valiente en estos tiempos difíciles, comparables en muchos aspectos a los suyos... Una mujer que sabía poner una sonrisa a la pena, una frase amable a la agonía, un gesto dulce y cariñoso a los despechos sufridos, siempre con palabras de aliento fresco en su boca.
Y aunque así fuera, aunque sólo por ella todo valía la pena, ella no podía ni quería prolongar por más tiempo su angustiosa y solitaria existencia. Sin embargo, y por esto mismo, tampoco podía pedirle que la ayudase. Tendría que convencer a su hija...
Lo que nunca supo es que Raquel, su única hija lo tenía todo planeado, sólo tuvo que esperar dos semanas más.
No hay comentarios:
Publicar un comentario