No la entiende nadie, sus repentinos cambios de humor, sus locuras y excentricidades hacen de ella una persona totalmente anormal. Tampoco ella sabe cómo debe comportarse con el enorme peso que ha caído sobre sus espaldas. Nadie le da tiempo a adaptarse, la vida sigue y es dura, ella no está exenta de esa dureza. Debe acatar las normas hasta el final. Un final próximo, un final amargo y doloroso.
Es duro ver como cada día se apaga más y más, su cuerpo se desfigura por el dolor y no protesta, no dice nada, su silencio es tajante. Es tan difícil estar a su lado y no salir corriendo, huyendo, y maldiciéndola, por que su carácter fuerte de por sí, se agrava día a día, sus salidas de tono y sus respuestas hirientes sólo son la punta de un miedo tenaz que no la deja vivir.
¡Vivir! ¡Qué palabra tan bonita y tan vacía cuando no la valoras!
Todos aquellos que tienen fecha de caducidad escrita en su expediente, sienten el impulso de vivir intensamente, de disfrutar de lo que tienen de lo que son, pero ella no. Atea acérrima, impulsiva, valiente, plantándole cara al destino, con la muerte bien presente y haciéndole la burla constantemente, no quiere seguir en este mundo. Nunca entendió el miedo a la muerte, ni la vida sin ella. Para Mª José la muerte es la fase vital más importante de todo ser humano, la que asienta y coloca cada cosa en su lugar, la que pone a las personas en su sitio, ni por encima ni por debajo, ni mejores ni peores.
Yo no puedo dejar de pensar a pesar de todo que a ella le ha llegado demasiado pronto, y no se lo merece aunque sea como es, dura de pelar, con un genio endemoniado, con tantas cosas buenas, más que malas, aunque lo encubra de la forma más descarada e irrespetuosa.
Ella siempre dice que no diga bobadas, que la muerte es algo natural, que como ha vivido deprisa le toca morirse pronto, que es ley de vida, pero ... No sé como explicar esto, es mi mejor amiga y se muere, y no puedo hacer nada, y sufro y lloro, y ella se ríe de mí. No por que no me quiera, no por que sea insensible, que no lo es, aunque los que la conocen por encima pondrían ambas manos sobre el fuego afirmando todo lo contrario.
Escribo en su ordenador, en su casa, ella me está mirando ahora mismo, y acaba de tocar mi hombro sonriendo, mis lágrimas luchan por no salir, y me abraza, me dice que para mí es una mala jugada del destino, pero que ella lo acepta, que yo debo aceptarlo, que la que se muere es ella, que yo sigo con mi vida, que estoy sana, y yo me quisiera morir por ella o con ella. La carcajada ahora es sonora, y yo debo dejar el teclado, me faltan las fuerzas.
Ella se muere y nosotros seguimos vivos, el cáncer le ha minado y ella se siente contenta, no quiere ni luchar contra él, ni sufrir, sólo busca la manera de que se la coma antes de rabiar de dolor.
Quizá su peor dolor es ver como sufrimos a su alrededor pero no lo admitiría ni después de muerta, una muestra de flaqueza en ella significaría que la muerte ya la tendría agarrada, y a eso me aferro, a que todavía niega con todas sus fuerzas su miedo y su dolor.
Desde mi rincón un beso querida amiga. Te quiero.