Nada lo rodea en medio de ese páramo triste y desolado.
Ninguna forma de vida se puede adivinar en el horizonte.
Sólo ese instante previo a la ingravidez, a la invisibilidad, se hace patente en su interior lóbrego y leñoso, en el que tanto años, como épocas, etapas y todas esas cosas que ocurren de forma extraordinaria durante una vida dejaron su impronta irrepetiblemente circular.
Tiempo atrás fue el orgullo de un inmenso bosque, frondoso y salvaje, como él mismo.
Para los humanos, llegó a rodearse de un halo misterioso que a su vez ejerció de protección; alguna vez la casualidad les llevó a descansar recostados contra su pié robusto y bien anclado, aunque jamás pudieron volver a encontrarlo. Algunos juraban y perjuraban haberlo visto, tocado, e incluso haber dormido al amparo de él, pero por más que intentaban hallarlo no lo conseguían. Los más lanzados se aventuraron a adentrarse en el bosque perdiéndose para siempre, dando lugar así a una antigua leyenda que pasó de boca en boca, de abuelos a nietos durante varias generaciones. Era una de las historias preferidas por los niños cuando en las frías noches de invierno se sentaban ante la chimenea del hogar junto a sus mayores.
Desconocedor de estas cosas, ahora él se siente terriblemente vulnerable. Ha quedado en pié, lo único que permanece de todo ese mundo real-fantástico que anidaba en la mente de esas pequeñas mentes inquietas. Sí, ha quedado en pié, rodeado de ceniza, a la vista de cualquiera. Piensa que debería permanecer orgulloso pero… ¿ante quién?... No queda nada, ni nadie. Sólo Soledad, esa señora vestida de gris sin matices le acompaña, lo abraza, lo protege y lo mata.
Por absurdo que parezca, le gustaría volver a sentir cómo disfrutaban de su tacto húmedo y musgoso, lo evoca quejosamente; recuerda la luz del sol que jamás alcanzó la tierra que cubría sus raíces, añoró el tacto cálido que lentamente con paciencia y día a día templaba su corazón ya muerto.
Todo a su alrededor es frío, no hay nada más que frío y cenizas.
El fuego asesino arrasó con furia todo lo que encontró a su paso. Él lo veía acercarse, poco a poco lamiendo las hierbas, con aire perezoso… Recordó ese momento, en el que creyó que nada podría contra él, fueron muchos los incendios y los sucesos adversos que a lo largo de su existencia había logrado superar para poco después reponerse..., mas cuando llegó al pié de su tronco, sintió como nunca antes el fuego cerraba sus fauces en él, mordiendo con saña, abrasando su corteza primero para internarse en su tronco varias veces centenario.
Sólo un milagro, tan sólo algo milagroso pudo hacer que no cayera a tierra tras la deflagración tan intensa a la que se vio sometido.
Solo, intensamente solo, insufriblemente solo, en medio de aquel páramo helado, recibió aquel sublime tronco el frío de la muerte abrasadora.
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