Se nota, se ha pegado toda la noche sin dormir, su cara trasnochada lo refleja. Su rostro es malhumorado, su mirada siniestra, pensativa, puede que hasta agresiva.
Va por la calle hablando sola, camino del garaje. En el trabajo apenas habla, y cada dos por tres suelta un suspiro huracanado.
Tiene el corazón acelerado y en el pecho siente las punzadas de la rabia, le han herido gratuitamente un par de... (no tienen o no encuentra el nombre apropiado para definirlos) sin razón alguna, o al menos así lo cree ella.
Ella una histérica, soberbia, de bajos instintos, llena de prejuicios y de complejos., una hiena con cara de cordero degollado, una manipuladora nata de la pena ajena, explotadora de los buenos sentimientos hasta los límites más insospechados. Ella que decía ser de la familia ha permitido, más que eso, ha lanzado a su perro para que la atacara y a cambio ha devuelto silencio.
Él, un cabrón y un piojoso, perro fiel de su ama, que muerde sin preguntar si hay alguna razón de peso para hacerlo. Otro histérico, mal educado, desconsiderado y exclavo de su señora. Qué lejos en que por el interés se mostraba cortés, simpático y buen orador, ahora es un deslenguado, rencoroso, arbitrario, a fin de cuentas otro animal soberbio.
Piensa que ambos deberían ir arrastrándose a las puertas de sendos conventos, pues son como los cristianos católicos y apostólicos, gente para nada indulgente si no todo lo contrario, torturadores, despreciables e intransignetes con la forma de pensar o actuar de los demás. Arrogantes, despiadados, engendros idónesos para la causa.
Sigue hablando sola y poniendose cada vez de peor humor. Se encuentra imposibilitada para explicar, o quizá ya no le interesa hacerlo, piensa que no valen su enojo ni su tiempo.
Él, que había recibido el pésame sincero y de corazón, ahora dice que no son formas de darlo, y en vez de agradecimiento y sin tener para nada en cuenta el prisma en que ella encaja la muerte, le ha demostrado odio desproprocionado y ha vuelto a morderla.
Sin embargo sigue decidida a no entrar al trapo ni a exigir una mínima disculpa, quién se encuentre capacitado para juzgarlo que lo haga.
Sí lo que pretendía era una plañidera que la hubiese pagado para que rasgase sus vestiduras he hiciese el paripé delante de todos, pero no, es mejor cocear al prójimo, al que se muestra tal y como es, sin ambajes...
No logra entender nada de lo que ha pasado. Se siente dolida e incomprendida, pero ya ha tomado la decisión. Hoy además de ser un mal día es un día de despedidas.
Dos huecos nuevos, afortunadamente pequeños dentro de su vida vuelven a quedar vacios y libres. Está tan acostumbrada a ver y sentir esos huecos, unos más grandes, otros más pequeños y otros como en este caso ínfimos que ya no le duelen. Un par de ausencias más a sumar en una larga vida de ellas, pero el mordisco sigue doliendo.
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