Me he levantado con una sensación
extraña. De hecho me he pegado toda la noche sueña que te sueña, y al sonar el
despertador me ha parecido por un momento que me lo había imaginado.
La claridad del amanecer entraba
por las rendijas de la persiana. Tenía que levantarme deprisa porque me
esperaba un día duro de cojones, pero lo único que se me pasaba por la cabeza
era volver a cerrar los ojos y seguir durmiendo. La pereza se apoderaba de mi
voluntad y me estimulaba tan sólo a hacerme un gurruño y permanecer en la cama
en posición fetal. ―Ringggggg, ringgggggg, ringgggggggggg
Otra vez el puto despertador, he
deseado que explotara y se hiciera mil añicos para poder olvidarme de el de una
puñetera vez, como si dejando de sonar se esfumara la obligación de tener que
levantarme, pero no, si me dormía otra vez, mi jefe me mandaría al carajo sin
pensárselo ni mucho ni poco.
En este mes ya he llegado tres
días tarde, y además es que ya no hubiera sabido que excusa ponerle, el primer
día coló por que había caído una nevada de las que hacen historia y la verdad
que casi todo el personal llegó tarde, y algunos directamente ya ni llegaron.
El siguiente le dije que se me había parado el coche y que el transporte
público a horas punta es un desastre, el tercero, de eso hace dos días nada
más, más valdría no recordar el pretexto que se me ocurrió: nada más y nada
menos que le solté que se me había reventado la tubería del desagüe de la
lavadora y que se armó un zipi zape increíble con los vecinos del tercero, que
les caía el agua a chorros, bueno una barbaridad detrás de otra, no me creyó.
Pero como iba a creerme si
llevaba los ojos hinchados y pegados del sueño, y las lagañas estaban de
verbena a su aire, por ahí enganchadas como pulgas a perro sarnoso.
Bueno, he saltado de la cama como
un resorte, y me he prometido a mí misma que hoy todo iba a salir bien. Antes
de acostarme me hice un planning completo del día, y puse el despertador
treinta minutos antes de lo habitual. He abierto los ojos, a duras penas, que
me ha costado lo mío, porque ni el Superglue 3 es más efectivo que mis
pegajosidades oculares.
Lo primero que tenía pendiente
era una ducha bien calentita. Con que yo toda chula, he encendido el
calentador, y mientras se calentaba el agua, me he ido a la habitación para
prepararme la ropa. Por la mañana tenía que estar impecable, tenía una reunión
con unos clientes de Irlanda y en la operación me jugaba ni más ni menos que
seis millones de euros, que ahí es nada.
Todo iba de maravilla, hasta que
me ha tocado aclararme el pelo..., han cortado el agua, de repente y sin previo
aviso, pero ―¡qué hijos de puta los del ayuntamiento! A mí de siempre me ha gustado tener un par de
botellas de agua de Font Vella, por eso de que dicen en la tele que el agua te
cuida y no sé qué más tonterías, pero esta mañana… ¡Jódete!... Esta mañana toda
tranquila he ido a buscar mis botellas cuando de pronto he caído en la cuenta
de que ayer por la noche tuve la feliz idea de regar mis plantas de marihuana
con agua mineral a ver si recuperaban su verdor y esplendor, porque la verdad
es que las tengo un poco chuchurrias.
"La primera en la
frente" como dice mi amiga Josefa, pues eso, ni gota de agua en casa, y a
las seis y media de la mañana no hay bar abierto que me venda unas botellas de
agua, y la única tienda en que están las 24 horas de servicio está de vacaciones
por que en invierno dicen tienen menos faena, ¡pos me cago yo en el invierno,
en el agua y en las vacaciones!
Total, que me he peinado, como
dios me ha dado a entender. El pelo se ha quedao emplastao almidonao, y encima
mojao, porque ya no me he atrevido a secármelo con el secador. Yo pensaba: si
me lo seco..., esto va a parecer el sicadur que ponen los escaladores en las
rocas para fabricar presas artificiales, así que con dos ovarios bien puestos
me he vestido y me he arreglado.
Otra cosa igual, he roto, no
descosido, no, he roto literalmente dos pares de pantalones. De todo esto, los
culpables has sido los polvorones y los jodios bombones, porque la Navidad es
la Navidad, y es sagrao ponerse hasta el culo de beber y comer, y yo no iba a
ser menos. Total, sólo me he engordado 6 kilos en estas dos semanas, no es que
sea mucho, pero si he de tener en cuenta que tengo por costumbre comprarme la
ropa una talla más pequeña para resaltar mi estupendo figurín..., pues eso, que
los he petao como un bolsa de patatas llena de aire.
Se ha convertido en poco menos
que una odisea el poder vestirme, nada de lo que tenía en el armario me iba.
Bueno sí, tenía los pantalones del día anterior y tres más que estaban en la
lavadora, porque otra cosa no, pero siempre hay que estar bien provista de
ropa.
Total, que me he tenido que poner
una falda de verano, de esas de volantes hasta los tobillos, y debajo unas
medias de abuela, recias más que la sotana un cura.
Con las tonterías no he podido
desayunar, y claro, la ley de Murphy es inapelable, el coche no arrancaba.
Cuando he llegado al coche y he intentado arrancarlo, y he visto que no había
tu tía que lo hiciese poner en marcha, ya me he empezado a preocupar. Hoy ya no
estaba siendo tan perfecto como debía, pero aun así, aún tenía un pequeño
margen de tiempo para llegar a la oficina.
He cogido un taxi en la avenida
principal, el hombre me miraba un poco raro, pero claro, una mujer con faldas
de verano en pleno invierno, no es muy normal, aunque he pensado en todo: me he
colocado un chaquetita muy mona de hilo, porque el abrigo pues como que no
pegaba mucho, pero no le he dado mayor importancia.
A las ocho y veintisiete minutos
entraba por el hall de la oficina, más contenta que unas pascuas. A pesar de
todos los pesares había llegado puntual.
―Mi jefe seguro que me hará un homenaje, hoy, no se lo va a
poder creer―.
Sin más preámbulos he entrado en
la oficina del gran jefe, mostrando mi mejor sonrisa, estilo anuncio de
blanqueador de dentaduras perfectas, y es que eso sí que lo tengo, mis dientes
son de ensueño.
―¡Buenos días D. Manuel! Ya estoy
aquí, en un momento le traigo el memorándum del "Negocio".
―¿Señorita Adela?
―¿Sí? ¿Qué se le ofrece D. Manuel?
―¿De dónde viene?
―De mi casa D. Manuel―. No lo quise mirar mucho porque
estaba segura de que me pillaría haciéndole caras…
―¿De su casa, con esas pintas?
―¿Qué pintas D. Manuel? ¡Ah! Si
lo dice por la falda..., es que esta mañana he tenido un pequeño problema de
vestuario. Pero voy toda conjuntada.
―Ya, ya lo veo Srta. Adela. Lleva usted un atuendo muy
especial para la ocasión―. Este hombre está en todo pensé para mí.
―Gracias D. Manuel es Ud. muy atento. No esperaba menos de
un caballero como Ud.
―Déjese de payasadas. ¿Pero ha
visto Ud. cómo va? Váyase inmediatamente de mi oficina y no se le ocurra
aparecer por aquí nunca más.
―Pero, ¿D. Manuel ? … yo…
―Pásese por la oficina de
personal y recoja su finiquito y que le arreglen todo lo que se le debe. No
escatimaré en gastos con tal de quitármela de encima. Habrase visto semejante pinta en mi oficina. A
ver si se entera que esto es una empresa formal y los pordioseros se quedan en
la calle.
―Pe,… Pero si no voy tan mal, sólo que no tengo pantalones
y…
―Y supongo que tampoco tendrá usted jerseys, ni zapatos.
― ¡Coño! ¡He ido a la oficina con el suéter del pijama y las
zapatillas de estar por casa! ―Esto lo he dicho para mis adentros. Se debería
suponer, pero por si acaso…
Me he quedado blanca, allí, como
una mema, mirando al tontolaba de mi jefe, que ponía una cara de asco... y sólo
se me ha ocurrido echarme a correr y encerrarme en los wáteres del público. He
estado dentro, pues sin exagerar, como unas cuatro horas. No me atrevía a salir
y que me vieran en esas condiciones. El pelo se me había quedado totalmente
pegado a la cara y más tieso que las tiras de la fregona Vileda recién
comprada, llevaba mis queridísimas zapatillas de Micky Mousse, con sus enormes
orejitas negras, tan bonitas, y mi pijama de ositos, muy calentito, muy cómodo.
Desesperada estaba hasta que ha
llegado la señora de la limpieza y le he pedido por favor que me dejara su
uniforme para poder salir, la pobre no sabía si darse la vuelta y partirse el
culo o arrimarme el hombro para que siguiese llorando. Pero se ha portado muy
bien, me ha dado su bata y un pañuelo que me ha atado a la cabeza para tapar el
pelo. He cogido mi bolso y lo primero que he hecho es entrar en una tienda de
ropa y me he comprado un conjunto de chaqueta- pantalón y una camisa preciosa,
y justo enfrente me he ido a la zapatería y me he comprado unos zapatos negros
con tacón de aguja absolutamente lindos.
Con las mismas me he ido a la oficina para cobrar mis cosas
y me he venido para casa.
He llamado a Armando, mi novio,
para contarle mis penas, y no me ha cogido el móvil en toda la tarde. Cerca de
las ocho de la noche me ha enviado un sms, dónde me decía que daba por
finalizada nuestra relación, que se quedaba en Madrid y que allí había
encontrado otra mujer que le gustaba más que yo en la cama.
―¡Maldito hijo de la gran puta,
cabrón, pues folla hasta reventar, y ojala pilles una infección venérea y se te
caiga a trozos!? ―Esto sólo lo he pensado, pero en vez de mandárselo, me he
dedicado a llorar y a desear mi muerte más que nada en este mundo.
Allá a las once de la noche han llamado al timbre de la
puerta.
―Buenas noches. ¿Es Ud. la Srta. Adela?
―Sí, soy yo. ¿Quién es Ud.?
―Pues bueno soy el encargado de hacer posible su más
anhelado deseo
―¿Qué? ¿Está Ud. de guasa? Mire que no tengo el día para
ostias, ¡eh!
―No, no, para nada.
Me envía la dama de la guadaña, a cumplir sus deseos…
―¿La Dama de qué..? ¿Y quién
cojones es esa? Mire que me acaban de echar al paro y no tengo humor para nada.
Lo único que quiero es morirme.
―Pues eso mujer. Yo por así decirlo soy un ángel negro
―¿Un lo qué?
―Joder, pues como un mercenario, pero que trabajo para la
Muerte.
―Anda y vete a tomar por culo y de paso te ríes de tu madre.
―Mire Srta. No me lo haga Ud. tan
difícil, lo único que tiene que hacer es dejarse matar, y ya está. Todos
contentos.
―¿Qué qué qué? ¿Qué vienes a matarme? Tú lo flipas tío.
―Mire Srta. No me haga hablar mal
que luego pasa lo que pasa. Hoy es mi día de fiesta, y yo estaba ahí en mi
sillón tranquilamente viendo la serie de Mc Giver, que no hay Dios que se lo
lleve por delante, porque no se si lo sabrá Ud... ¡Uy, pero que tonto soy! Cómo
lo va Ud a saber si no me conoce de nada. Perdone, me llamo Nosferatum y estoy
preparándome para un master y subir de categoría. Quiero dejar de ser un
mercenario a secas y convertirme en un asesino de renombre, y estoy seguro de
que si consigo encontrar la manera de cargarme a McGiver, lo demás estará
chupao.
―Pero, pero… ¿Qué mierdas me
estás contando? Tú estás tarao perdio de la cabeza, y ya te estás yendo
inmediatamente de mi casa.
―Mire, mire... que he perdido mi
día de fiesta, que la Muerte está que trina por que no adube a todos los
encargos que tiene, y si me voy sin matarla a Ud. hoy voy a tener problemas
serios, y que conste que yo lo he hecho como un favor personal a tan ilustre
dama, cómo lo es la Sra. Muerte, que por cierto está de Muerte, valga la
redundancia.
―Mire… Déjeme en paz y váyase, o
llamo a la policía. Y por su dama la Sra, Muerte no se preocupe Ud. Le dice de
mi parte que si tiene algún problema que venga a mi casa que yo ya le explicaré.
―¡Ojú el tío lo pesao que era…!
―Bueno, si es así, me voy. Ya
hablará Ud. con ella y arreglarán lo que sea. Buenas noches. Voy a ver si sigo
con mis investigaciones. ¡Cuídese!
Se ha marchado por fin. ―¡Qué tío más raro!
No han pasado ni diez minutos que
vuelven a llamar a la puerta. He mirado por la mirilla a ver si era otra vez el
soplagaitas ese, pero no, había una mujer toda vestida de negro con un palo o lo
que fuese en la mano.
―¿Quién es? ―preguntó al otro lado de la puerta.
―Hola. Buenas noches. Soy D. ª Muerte.
―¡Alá! ¡Pero que hoy no es el día
de Halloween!, ¿o sí? ¿Qué pasa hoy que todos vienen con la muerte a cuestas?
―Mira niña, acabo de hablar con
Nosferatum, mi fiel vasallo, y me ha dicho que no te has dejado matar.
―Pues claro que no. ¿Pero qué tontería es esa?
―Mira, te lo voy a decir muy
clarito, hoy me has pedido como tropecientas mil veces que viniese en tu busca,
pero hija, no has podido elegir peor día, tengo dos esbirros de baja, cuatro en
huelga por que el afilador de guadañas ha fallecido recientemente y aún no he
conseguido sustituto, con lo cual me quedan tres que están hasta las orejas de
faena y Nosferatum que lo acabas de ver. Así que venga, ya me estás dando el
alma, que ya ves que tengo prisa y no puedo estar aquí toda la noche.
―Pero… ¿Esto es una
broma, no? ―he preguntado ya más acojoná
que otra cosa.
―Pero ¿qué bromas ni que gaitas?
Después de hacerme pedir un favor personal a Nosferatum, que me va a costar
casi el puesto, me dices: ¿qué no quieres morirte? Mira, niñata, te juro por
mis muertos que si no te dejas matar ahora mismo tú no te mueres en tu vida.
Eso tenlo clarito ―me dijo besándose el pulgar con el índice cruzao.
―Pues mira tú, muerte de mierda ¿sabes lo que te digo? ¡Qué
hoy sólo me faltabas tú! Vete a la puta mierda, y no vuelvas nunca. No quiero
volver a verte en la vida.